Ingresé a Ingeniería en Computación el 8/8/88 y en el verano entre 2º y 3er semestre llevé Estadística I, diario, de 17:30 a 19:30. Todas las tardes nos encontrábamos muchos alumnos esperando en la esquinita del estacionamiento a que la lluvia amainara para correr hacia la puerta más próxima del edificio de salones. Los aguaceros a veces se prolongaban y perdíamos hasta media hora, así que consideré indispensable que en la universidad hubiera manera de pasar del estacionamiento a los salones sin mojarse, entonces reflexioné una solución.

En tercer semestre fui invitado por mi compañero Pepe Yunes a entrar a la planilla Innovación que pretendía postularse en las elecciones para consejo de alumnos durante 1990. Mientras armábamos nuestra “plataforma”, sin pensarlo, mi propuesta fue: instalaremos un “techito” para unir el estacionamiento con el edificio de clases; así lo propusimos y ganamos. Presentamos el proyecto entonces con el rector Javier Beristáin quien bromeó, “por qué no mejor traemos edecanes con patrocinio de alguna marca con grandes paraguas para que pasen a los alumnos del estacionamiento al edificio y viceversa”. Finalmente, brindó total apoyo diciendo que pronto vendría un arquitecto para que yo le indicara como quería ese pasillo techado (en aquel momento se construía Santa Teresa). Había imaginado algo como el Golden Gate, pero el “techito” se construyó tal como lo vemos hoy, 26 años después. Ese legado del consejo de alumnos al que pertenecí junto con Luis Montaño, Ernesto Cordero, Andrés Conesa, Guillermo Babatz, Fausto Pretelín, Alejandro Poiré, Luis Albores, Raúl Hernández-Coss QEPD, José Llano, Hans Averdung, Mario Santaella, Luis Ruvalcaba, Nuria Sepúlveda, Martín García, Edgar Ramírez, et al. ha sido útil para 52 generaciones de itamitas que no han tenido que mojarse para llegar a clase o llegar tarde cuando llueve.